Adiós
Eran los mismos ojos pero no la misma mirada. En ellos ya no había fuego, ni verso, ni deseo inmerso, ni universo como lo fuera antes de su despedida. Su reflejo, su brillo, su vida ya no estaba, aquel espejo de vida era ahora una pared de soledad. Que momentos aquellos en los que yo, al ver sus ojos no podía contener una sonrisa; sonrisa que se reflejaba en ellos de nuevo creando un círculo vicioso de felicidad perfecta que como todo lo perfecto resulta inexistente.
Un día, sin más, me dijo adiós. Adiós, se fue sin esperarme, sin darme la mano, sin invitarme a seguir sus pasos. Busqué razones en sus palabras y en las mías, en mis canciones — que ella cantaba — y en sus poemas — que yo recitaba — . Pero no existían, no las encontraba ni encontraba tampoco palabras que me dieran consuelo. Solo escuchaba un adiós retumbando en el silencio.
El día que se marchó decidí alejar todo recuerdo suyo. Escondí las fotos en el baúl, las cartas en un sobre, los besos en un suspiro y los recuerdos bajo la cama; y allí bajo la cama su recuerdo me atormentó como el monstruo que me perseguía cuando niño: invisible, insonoro, indescifrable. En ese momento descubrí el nombre de aquel monstruo: Soledad. Inevitable soledad, inevitable dolor, inevitable ausencia.
Lo más doloroso es que aun estando solo, ella nunca se fue de mí; siempre he sentido su presencia, su palpitar lento, su respirar suave, su silencio hiriente. Sus ojos, sus ojos nunca me dejan en paz: me atormentan, me torturan, pero siempre están ahí.
Me dediqué por eso a esperar su regreso. Algún día esos mismos ojos que me dijeron adiós, debían decirme hola de nuevo. Era mi esperanza, mi deseo y mi único anhelo. Esos ojos hacían parte de mi vida, su mirada era mía. Ahora por fin había vuelto y me miraba. Pero solo entonces en sus ojos de hielo descubrí que su mirada aquella vez no me decía adiós. En realidad, decía hasta nunca.
Es hora de derrotar al monstruo.
Originally published at www.gersonlazaro.com on October 18, 2014.