Cuadriculado
Mi vida era un folio de papel cuadriculado escrito con tinta permanente. Seguía con rigor cada línea, sin saltarme un renglón, sin salirme del margen y sin repetir palabra. Cada letra era delineada pulcramente con perfecta ortografía y mediana caligrafía.
No me atrevía a cambiar el orden natural de las cosas: No habían textos en negrilla, ni en cursiva, ni subrayado. Mucho menos títulos grandes que se salieran de su recuadro.
Cada letra ocupaba siempre el mismo espacio. Rígido. Inquebrantable.
Pero ella llegó y dio vuelta a la página. Esa mujer era una brillante hoja blanca, escrita con lápiz de forma tenue y cientos de trazos en todos los colores. No tenía márgenes, ni líneas a seguir, ni cuadrículas que la limitaran.
Era libre, textualmente libre.
Dibujaba sus propias líneas y las borraba constantemente. Adornaba sus trazos con dibujos de todo tipo: Aquí un corazón, allá un rostro sonriente, mas abajo un paisaje soleado. Cada palabra tenía un tamaño diferente y su escritura era irregular. Pero qué mas daba, esa era su marca, su esencia hecha papel.
La miraba y la sentía a tan solo una vuelta de hoja, cerca, muy cerca; pero yo era tan diferente: rígido en los márgenes, cauteloso en cada línea y de trama complicada.
Sucedió pues lo inevitable. Una hoja en blanco tiene siempre un solo fin: Ser un avión de papel y volar y volar y volar. Se desprendió del libro deshaciéndose de sus trazos oscuros mientras extendía sus letras como alas para volar con el viento.
¿Y yo?
Bueno, aquí estoy con un borrador de nata intentando borrar mis letras de tinta permanente, mi cuadrícula y mis márgenes. Hasta ahora solo he logrado atenuar los trazos, pero lo seguiré intentando. Tal vez así pueda ser un avión de papel y volar tras ella.
Mientras tanto seguiré escribiéndole estas prosas, porque mi rigidez cuadriculada no admite ni siquiera un verso.